LUCHA Y VICTORIA.
HISTORIA DE SORORIDAD Y RESISTENCIA
Patricia Karina Vergara
Sánchez
pakave@hotmail.com
Estamos
cumpliendo un aniversario luctuoso, hace 30 años un sismo dejó cientos de
muertos y muertas en la Ciudad de México, así como edificios derrumbados y
cientos de familias damnificadas y sin empleo. Entre el caos y el horror en los días y meses posteriores al
sismo, hubo quienes buscaron como tejer lazos de acompañamiento y construir
otras historias y otras vidas, literalmente desde levantarse de los escombros.
Ayer, 14 de septiembre, en una charla íntima tuve la oportunidad de escuchar a
Tessa Brisac y Beatriz Ramírez narrar la
historia de unas muñecas llamadas Lucha y Victoria, historia que compartiré aquí.
Lo
primero que me gustó de estas dos mujeres es el respeto por la palabra de las
otras. Por ejemplo, que no querían
comenzar a hablar hasta la llegada de Berta, una de sus compañeras a quien
también habían citado, pero que finalmente no pudo asistir. También, me gustó
que se cedían una a otra la palabra constantemente y se miraban al rostro con
ese gesto que sólo las cómplices de hace muchos años logran encontrar.
Beatriz
fue la primera en tomar la palabra. Narró cómo con el sismo que ocurrió el 19
de septiembre de 1985 por la mañana se vinieron abajo varios edificios del
centro y otros cercanos a Tlalpan, a la altura de San Antonio Abad en la Ciudad
de México, donde se encontraban talleres de costura, la mayoría de ellos eran
clandestinos. Tessa contó que como al
ser clandestinos los talleres, los
edificios que los albergaban no estaban diseñados para contener maquinaria
pesada y menos aún los rollos de tela que llegaban a pesar toneladas, lo cual
contribuyó al derrumbe de los edificios.
Había
muchas costureras muertas y otras estaban atrapadas entre los escombros, era
urgente cavar para rescatarlas. Sin embargo, en el caso de las costureras y de
muchos otros edificios colapsados, el gobierno actúo con total ineficacia.
Beatriz y Tessa narraron cómo las autoridades rechazaron ayuda de otros países arguyendo
que todo lo tenían bajo control; mandaron a los militares a rodear las zonas
para impedir que la gente pasara en lugar de permitir la ayuda y ayudar ellos
mismos; sumado a ello, ocurrían indignantes historias de corrupción y
negligencia. Incluso, dieron la orden de que en los medios no se hablara de
temblor, sismo o terremoto. “Como si el
que no se mencionaran hiciera que dejaran de haber los daños y el desastre”, criticó Beatriz. Los medios
repetían: “Más ayuda el que no estorba”, para que nadie se acercara a la zona más vulnerada, señaló Tessa.
Sin
embargo, la gente no obedeció. Con sus propias manos fueron a remover piedras,
a buscar personas, a tratar de encontrar a sus vecinos, a sus familias, a
desconocidos. La consigna era ayudar, como se pudiera a quien se pudiera. Tessa
se unió como traductora a un grupo de rescatistas franceses –a quienes, por
cierto, el gobierno había ordenado no salir de su hotel-, les acompañó en sus
labores de rescate en los edificios de San Antonio Abad y cuando se acercó al
campamento a dar algo de asesoría sobre el trabajo de auxilio para las
personas que estaban en la búsqueda de sus madres, esposas, hermanas, se
encontró con Beatriz y otras compañeras que estaban sumando esfuerzos y
organizándose.
En
esos días, se unieron mujeres que habían pertenecido a cuatro talleres de
costura diferentes. No se conocían entre ellas, pero se conocieron tras el
sismo y con sus fuentes de trabajo destruidas y la necesidad de aliarse
conformaron una cooperativa. Beatriz estudiaba diseño, pero su formación
inicial era de socióloga y estaba muy comprometida con el trabajo de
solidaridad tras el sismo, “Las personas estábamos muy deprimidas, teníamos que
hacer algo, ayudar de alguna forma”. Entonces, tras ver un cartón político en
un periódico, se le ocurrió que podían hacer muñecas y venderlas como un modo
de apoyar el trabajo de la cooperativa. Lo
propuso en la asamblea y lo aceptaron.
La
hechura de las muñecas fue toda una aventura. Les donaron retazos de tela, pero
no todos estaban en buenas condiciones, así que vendieron bonos para obtener
dinero y comprar telas. Pidieron a artistas que donaran diseños para poder
hacer las muñecas y llegaron propuestas desde las formas más clásicas y
sencillas hasta unos dibujos muy complejos que las costureras tenían que
interpretar y convertir en una obra de arte de tres dimensiones.
Estas
mujeres sabían coser, pero solamente lo que correspondía a su oficio. Es decir,
sabían hacer ojales o pegar botones o hacer una bastilla, pero no cortar patrones
de muñecas ni cortar las telas, ni armarlas. Alguna sabía algo de bordar,
alguna algo de tejer, pero ninguna hacer muñecas. Así que todo lo fueron
inventando o aprendiendo en el camino. “Las primeras muñecas eran horrorosas,
no sólo porque no sabíamos manejar la tela, sino porque reflejaban cómo
estábamos, el estado de ánimo, las caras de las muñecas eran de angustia”,
contó Beatriz.
“Trabajábamos
en un local prestado, sin luz, con butacas como esas de cine antiguo, coser era
muy difícil”, continúo narrando Beatriz y Tesa agregó: “No teníamos ni agujas
ni nada, pero lo hicimos de tal manera que para diciembre tuvimos nuestra
primera exposición. Fíjate, de septiembre a diciembre, ya teníamos los primeros
prototipos y los expusimos para que la gente pudiera hacer sus pedidos y cuando
estaban listas las muñecas se las entregábamos. La gente era paciente porque
sabía que era por solidaridad”.
“Nosotras
habíamos puesto un precio y vino Vicente Rojo (Uno de los artistas que donó
diseños para la realización de la muñecas), llegó y nos dijo: “No, estas
muñecas son obras de arte, tienen que venderse en el precio de la obra que son
y les ponía el precio”, recordó Tessa y Beatriz narró: “Las mujeres del taller
de costura se avergonzaban de los precios, se tapaban la cara y se agachaban,
¿cómo va a ser que alguien pague tanto?”, pero sí, la gente lo pagaba y hacía
encargos, apoyaban la lucha de las costureras y la venta de las muñecas fue un
buen ingreso que permitió ir aportando a la cooperativa y sostener esa lucha
conjunta. La cooperativa hizo varias actividades y maquila además de las
muñecas, duró 10 años existiendo. Un logro como organización laboral.
“Por
eso, ahora, que las cosas están tan tristes, que la gente no sabe qué hacer
vale la pena rescatar esta experiencia”, reflexionó Tessa.
Ese
es un punto irrenunciable, rescatar esa experiencia en donde un equipo de mujeres encontró una labor
para hacer en conjunto y se ayudaron unas a otras a sostenerse tras la
tragedia. En este momento en que nuestro país sangra tantas tragedias,
ciertamente son pedagógicas las historias de solidaridad y de sororidad que
incluso además del proyecto en sí, tejieron lazos de afecto que permanecen
vivos tras treinta años de haber sucedido.
Tessa
nos invitó a mirar algunas de las más de ciento cincuenta muñecas que
ella tiene en custodia. Es un mundo de colores, texturas, estilos, tamaños…Todas
diversas, pero la realización de cada una refleja un alto grado de compromiso
con el trabajo, sobre todo una ternura infinita de quienes las elaboraban.
El
resultado es que cada muñeca es tan hermosa como la otra: costureras de largos
cabellos con su cinta de medir en las manos; Lucha, la gorda, muñeca enorme con
sus tijeras colgando de una cinta en su cuello y con ojos grandes tras sus
lentes amarillos; mujeres abrazadas entrelazadas, acompañándose; niñas riendo,
sirenas sobre una ballena; almohadas que abrazan; una mujer desnuda sobre la
luna; una niña jugando con palomas; muchos gatos; un pez-león; niñas acróbatas…
Cada
muñeca con un grado de dificultad distinto, cada muñeca con una historia de
realización y resolución creativa que emocionan, encantan y, de alguna manera,
cuentan la historia de las mujeres que las elaboraron. “Era coser las muñecas y
era también irse rehaciendo una misma,
irse cosiendo por pedacitos”, explicó Beatriz.
Queda,
por ahora, aquí, esta historia de muñecas, de resistencia y resilencia, que a
través de unos pedacitos de trapo y de estambre nos cuenta qué, cuando hasta la
esperanza estaba derrumbada, qué poderosas y sanadoras son las creaciones de
las mujeres organizadas.